Junto a su poesía, es el humor el gran estilo de Hijastros del diminutivo y claro nos recuerda desde Demócrito —el filósofo risueño que Platón detestaba— y luego a Giambatista Vico que se atrevió a contradecir a Descartes.
Perdomo Orellana muestra que la poesía nos acerca a lo que pasa, un poco más allá de lo visto, y nos lleva al misterio de lo que cuestiona.
La música en su escrito recuerda el intento de captar el embrujo de la vida. Ahí están perfectas, todas las armonías buscadas por Giorgio Agamben.
Rodolfo Arévalo
Hijastros del diminutivo es una radiografía de la violencia idiota y del caos programado. Es el pantógrafo de una ralea impune que tritura a los indefensos en el precipicio del olvido y en el desafuero de la demora hipócrita.
Con un estilo directo impregnado de ironía implacable, Hijastros del diminutivo recrea la asfixia que por siglos ha desfigurado a América Latina y abre ventanas que dan paso a subterráneos ecos de rebelión.
¿Cuántos libros de hoy duran diez años?, se preguntó hace un siglo Cyril Connolly y se respondió: dentro de poco la escritura que dure una década será un arte extinto. Hijastros del diminutivo dura ya cuatro décadas y con eso está dicho todo.
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