Para Yolanda Aguilar, nombrarse ladina-mestiza entendiendo la ladinidad como el aspecto que ha reproducido el racismo y el mestizaje la posición política de lo que se ha negado es una urgencia que permite reconocer para transformar el tejido social que se zurce en la vida cotidiana y que reclama como el más importante en los proyectos vitales de la sociedad.
Este escrito es también una toma de posición que propone un alto a las prácticas racistas que el feminismo y su herencia blanca colonial denuncia, pero que poco ha desterrado de sus entrañas. Yolanda Aguilar y las mujeres que hilaron este pensamiento cuestionan al movimiento feminista señalando la responsabilidad de mirar sus privilegios en la cadena de la racialización y hacerse cargo de la centralidad de estos análisis antirracistas y heteronormativos para empujar apuestas más vitales, a la altura del contexto actual.
En ese sentido este texto es sobre todo una revuelta.
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