¿Por qué El Señor Presidente sigue siendo una novela actual?
A lo mejor es por la condena implícita en sus puntos suspensivos. “…¡Alumbra lumbre de alumbre, Luzbel de piedralumbre!”, empieza Asturias, como diciéndonos que esta realidad que presenta en su novela, nos viene desde siempre. “Kyrie eleison…”, termina, para insinuarnos que la tragedia nos sobrevivirá por los siglos de los siglos.
O porque, independientemente de sus referencias históricas, nos muestra un imaginario en el cual reconocemos algunos de nuestros mitos más íntimos. Un dios que todo lo ve, un arcángel, su favorito, y una Virgen intercesora. Sin embargo, donde Dios es un Señor Presidente cruel y sanguinario, el arcángel, “bello y malo como Satán”, se subleva no por soberbia sino por amor y por ello es desterrado al infierno de los calabozos. Y la intercesión de la Virgen, lejos de salvar, condena. Un mundo en apariencia al revés, pero que probablemente sea un retrato más fiel del lugar en donde vivimos.
O pueda ser porque este libro tiene eso, tan difícil de explicar, que tienen las grandes obras: la particularidad que invita al lector, a pesar de los años, los territorios o las lenguas, a construir universos en los que se descubre a sí mismo.
Sea como fuere, El Señor Presidente continúa siendo espejo y oráculo, invitación y reto. Una lectura imprescindible para Guatemala y necesaria para el mundo.
Javier Mosquera Saravia.
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