Es difícil imaginar que un viaje por la reconstrucción de unos archivos pueda ser cautivante, emocionante, hasta delirante. Pero este trabajo de Kirsten Weld, que publicamos como el número 26 de nuestra serie Autores Invitados, desde la lectura del título mismo, Cadáveres de papel, nos vemos impelidos a continuar leyendo hasta el final. ¿Qué es lo que hace que el libro de esta historiadora, que constituye su trabajo de tesis de doctorado, nos resulte de esta manera apasionante?
Lo primero que hay que decir es que no se trata de la reconstrucción de unos archivos cualesquiera; se trata de los archivos que encierran una buena parte de la historia de represión estatal de nuestro país: los archivos de la Policía Nacional. Junto a esto, también hay que decir que la reconstrucción se daba en un contexto político de intenso debate sobre la historia nacional y, sobre todo, de la historia reciente. Estos archivos, descubiertos casualmente por un activista de los Derechos Humanos, él mismo historiador, tenían y continúan teniendo el gran potencial de aclarar, documentar, ilustrar esa historia. Su reconstrucción está entonces atravesada por la discusión más de fondo y aún vigente sobre cómo y quién escribe la historia.
Y con esto llegamos a otro aspecto sumamente interesante de lo que nos narra Weld: ¿quiénes son las personas que trabajan en lo que se convirtió en el Proyecto de Recuperación del Archivo Histórico de la Policía Nacional? Son ni más ni menos que una amplia representación de personas, hombres y mujeres, que habían adoptado posiciones críticas frente al Estado dictatorial y se habían así convertido en blancos de esa Policía Nacional cuyas entrañas ahora estaban examinando. En este ámbito, Weld nos relata dolorosas historias personales de lo que en el plano subjetivo representó para estos trabajadores y trabajadoras incursionar en el contenido de los documentos guardados con afán burocrático en esa dependencia. Un ángulo subrayado por la autora y que supone un logro importante, aunque no haya sido parte del diseño, fue el traslado de historias a través de generaciones al coincidir en el trabajo del Proyecto diversas generaciones involucradas de distintas maneras en la lucha social. Podríamos decir que el Proyecto constituye también un laboratorio o un taller de Historia Nacional.
Desde otro punto de vista, Cadáveres de papel nos regala una amplia exploración teórica de la relación entre archivos e Historia. Destaca aquí la idea de pensamiento archivístico. ¿Para qué archivaba la Policía Nacional? ¿Qué documentos mandaba al Archivo? ¿Qué era el Archivo? Una respuesta rápida es que el Archivo generaba para la Policía Nacional la posibilidad de reprimir: allí estaba la información pormenorizada sobre los “enemigos del régimen”. Allí se podía confirmar el cumplimiento de las órdenes recibidas, allí se guardaban los cadáveres. El Archivo fue una de las principales armas de la inteligencia de las fuerzas represoras. Hecha hoy en día una pregunta similar, sería ¿para qué recupera documentos el Proyecto? ¿Con qué lógica los guarda? ¿Cómo los usa? De nuevo, una respuesta rápida: el Archivo sirve para contrarrestar la Historia Oficial; sirve para apoyar y construir procesos legales en el momento de la justicia transicional, sirve para desmontar la lógica de la represión y para dar cabida a la esperanza. Son los mismos papeles, pero diferente pensamiento archivístico.
Kirsten Weld cuenta en este libro una historia, no solo irrepetible, porque como ella misma dice, una vez que el archivo se ha reconstruido, ya no es visible el proceso, sino que una historia de la que ella misma formó parte. Valoramos de manera especial su sentido ético al acercarse al proceso como una colaboradora o trabajadora más del Proyecto, sometiéndose a las estrictas reglas sobre el manejo de la información y también a la experiencia concreta de acercarse a las pilas de papeles podridos que contienen historias desgarradoras.
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