La raza maya tiene su más densa población en lo que ahora se llama Guatemala, si bien los límites políticos nada significan. Los mayas se extienden por la península del territorio de Yucatán, Belice, parte de los estados mexicanos de Tabasco y Chiapas, desbordando las fronteras hacia Honduras y El Salvador. Forman el grupo más grande de todos los indígenas de Mesoamérica, fuertemente unidos por su integridad cultural y similitudes en agricultura, vestimenta, idioma y carácter, todo lo cual quedó firmemente establecido desde antes de nacer Cristo.
En esta amplia zona existen dialectos y variaciones de la lengua maya, siendo la más aproximada a la versión original la que se habla en Yucatán. En Guatemala, los núcleos de colonizadores mayas tuvieron menos comunicación entre sí, debido a la topografía tan accidentada, y los cambios a través de los siglos fueron tales, que actualmente las lenguas son distintas, aunque conservan su raíz común, como sucede con los idiomas de los países del norte de Europa. En términos generales se puede decir que donde se hable la lengua maya, en cualquiera de sus formas, se encontrarán ruinas arqueológicas y artefactos de esta antigua civilización – prueba de que allí han vivido desde tiempo inmemorial.
El maya se estableció limitado por el Mar Caribe al norte, el Océano Pacífico al sur, delimitado hacia el oeste por el altiplano árido de México y hacia el este por tierras menos atractivas. Sufrió pocas interferencias o cambios, bien alimentado por el suelo fértil, libre de guerras serias, se pudo desarrollar y multiplicarse, construir sus grandes ciudades y altos templos, algunos en las tierras bajas húmedas, y muchos en el altiplano central más frío. Labró estelas de piedra para marcar su historia, y registró el tiempo por un sistema sumamente complicado de cuenta larga, proyectado más hacia el futuro y el pasado de lo que en cualquier país europeo de la época se hubiera podido hacer. Para ello descubrió el cero, un logro intelectual sorprendente, basando el cálculo no sólo en sus diez dedos, como lo hicieron los hindúes mil años antes, sino en el número veinte, contando también los dedos de sus pies.
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